El orgasmo
proviene del griego “orgh”, desear ardientemente. Es el paroxismo del placer
sexual, llega de repente, tras una fase de excitación y dura unos pocos
segundos.
Los antiguos
griegos le daban un alto valor al orgasmo, no importando si éste se alcanzaba a
través de la masturbación o del sexo homosexual o heterosexual. Los romanos
reservaban el orgasmo al hombre; no era deseado que las mujeres tuvieran
sentimientos agradables en el acto sexual. Un hombre que ayudaba a su esposa a
llegar al orgasmo con técnicas como el cunnilingus era visto como impotente.
Sin embargo, en
varias culturas - entre ellas también la griega y la romana - se ha comprobado
la existencia de objetos que ayudaban a la mujer a llegar al orgasmo, la mayoría,
en forma de falo. Los primeros de ellos se encontraron en Pakistán y datan de
alrededor de 4.000 a. C. En Egipto, el orgasmo femenino tuvo una gran
importancia ritual, por ejemplo, en la fiesta de Isis.
En la Edad Media
el orgasmo, sobre todo el femenino, no era visto como algo "natural"
sino como material, maligno, corpóreo y para algunos diabólico.
En el Siglo XV
los médicos europeos se valieron de la ayuda manual para que las mujeres
enfermas de "histeria"
pudieran conseguir el orgasmo. En el Siglo XIX estas prácticas
disminuyeron puesto que estos aparatos se empezaron a comercializar, éstos son
los abuelos de nuestro vibradores modernos.
Ya en el s. XX
los cambios en las concepciones morales, la disminución de la influencia de la
Iglesia y mejores métodos científicos hicieron posible investigar el fenómeno
de manera más profunda.
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